La Habana, una ciudad con nombre de “mujer”

¿Realmente es así?

Por: Jorge Mata

 

“La Habana sí,

La Habana tiene ganas,

ganas de que la cuiden,

que se pongan para ella

La Habana quiere ser la capital mas bella…”

 

Juan Formell y los Van Van

 

San Cristóbal de La Habana fue la sexta villa fundada por la Corona española en la isla de Cuba. Y aunque este año los habaneros celebremos sus 500 años de historia, según cuentan los que saben más que yo, la actual capital cubana, al menos, tuvo dos asentamientos antes del actual y definitivo.

Al parecer, el primero tuvo lugar entre 1514 y 1515, un “25 de julio, día de San Cristóbal, su santo patrono”1, en la desembocadura del río Onicaxinal, justo a orillas de la Playa Mayabeque. Más tarde sus pobladores en busca de un clima propicio y saludable, trasladaron los bártulos del joven poblado a La Chorrera, junto al río que los aborígenes llamaban Casiguaguas o Casaguas (Almendares), hoy perteneciente a la barriada del Vedado.

La historiografía registra como definitiva el 16 de noviembre de 1519, la fecha fundacional de la ciudad, año en el cual Diego Velázquez de Cuellar, conquistador español en nombre de la Corona, estableció su actual enclave. Y fue Pánfilo de Narváez, —otro conquistador allegado a Velázquez, y tristemente famoso por protagonizar la brutal matanza de aborígenes en Caonao, poblado situado en el centro de la isla—, quien bautizó la villa con el nombre de San Cristóbal de La Habana.

La privilegiada ubicación geográfica de la villa, -frente a las costas del Atlántico Norte y a los márgenes de una peculiar bahía natural en forma de bolsa, la cual brindaba amparo ante las devastadoras condiciones climatológicos del trópico-, convierten a La Habana en centro fundamental de intercambio de mercancías y escala obligada para la Flota de Indias, de paso hacia las Américas. La villa atraía los ataques y saqueos de piratas y corsarios, hechizados por su rápida prosperidad económica. Favorecida por la bonanza del nuevo escenario mercantil y geofísico, también recibió el sobrenombre de “Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales”.2

Por su importancia estratégica y ante la ferocidad de los ataques y saqueos de piratas y corsario, la Corona española resolvió la construcción de un conjunto de fortalezas militares a la entrada de la bahía para su defensa. Entre las fortificaciones destacan el Castillo de la Real Fuerza, obra de los ingenieros Bartolomé Sánchez y Francisco Calona; El Castillo de San Salvador de la Punta y El Castillo de Tres Reyes del Morro, uno de los símbolos más conocidos internacionalmente de la cuidad, estas dos últimas obras del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli. También se levantarían La Cabaña y los torreones de Cojímar, La Chorrera y San Lázaro. La Habana se fortifica durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, la ciudad seguía siendo vulnerable, por lo que en 1603 se proyecta la construcción de una muralla que contendría la prospera urbe y de la cual aún quedan vestigios visibles en la Habana Vieja.

De niño, mi abuelo paterno solía decirme que La Habana, debía su nombre a una hermosa princesa aborigen, hija de un cacique. Por supuesto, la historia me fascinaba, pero en realidad es fruto del imaginario popular. Según algunos escritos consultados, el origen del nombre proviene de la palabra taína Jabana, que significa pradera o sabana. “Al parecer así denominaban los aborígenes a la comarca del sur de La Habana y Matanzas, que es una gran llanura.”3

Otros investigadores, en cambio, señalan en sus artículos que el nombre de la ciudad deriva de Habaguanex, cacique taíno que controlaba la zona del primer asentamiento de la villa y al parecer, esta es la hipótesis más aceptada.

Otra tesis, quizás la menos probable, plantea que “viene de haven, que significa ‘puerto’ o ‘fondeadero’ en las lenguas germánicas. También se dice que proviene de la palabra aruaca ‘abana’, que quería decir ‘ella está loca’; haciendo referencia a la leyenda de una india llamada Guara.”4 De esta historia, supongo, proviene el sentir de mi abuelo.

Lo cierto es que La Habana cumple cinco siglos, toda una jovencita. Por eso y para la ocasión, estrenamos nuestra nueva sección, Cubaneando Cultural, en colaboración con Tuyomasyo, portal para la difusión de la cultura iberoamericana, una publicación que les aproximará a lo mejor de las artes de Cuba.

Para comenzar rendiremos merecido tributo a todos aquellos habaneros que han hecho de su capital un lugar de referencia, sin olvidar a los ilustres de ayer y hoy, entre los que destacan: José Martí, José Agustín Caballero, Esteban Salas, Leo Brouwer, Dulce María Loynas, Juan Formell, Ignacio Villa (Bola de Nieve), José Lezama Lima, René Portocarrero o Leonardo Padura, entre otros muchos. Por supuesto, sin dejar en el tintero a Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, quien fuera preparado y acogido por Emilio Roig de Leuchsenring, su antecesor. Eusebio y su equipo han sabido con inteligencia y buen gusto, devolver una pequeña parte de su esplendor.

Como regalo a los sentidos, hoy compartimos con todos ustedes un grupo de instantáneas callejeras del destacado fotógrafo cubano Juan Carlos Bermejo, realizadas en La Habana. Este artista del lente no solo anda, cámara al hombro, por las calles de la ciudad que le vio nacer haciendo fotografías, sino que, además, labora como especialista desde el Gabinete de Restauración de Pintura de Caballete, de la Oficina del Historiador. Trabaja intensamente en la salvaguarda del patrimonio artístico de una ciudad que atesora una parte fundamental de nuestra historia.

La Habana es esa joyita que todo cubano debe admirar, con su brillos y sombras, no en vano fue elegida entre las siete ciudades maravillas del mundo. Sus valores arquitectónicos siguen revelando su condición, declarada en 1982 por la UNESCO, como Patrimonio de la Humanidad.

¡Felicidades mi Habana!

La Habana, otoño de 2019